Reflexiones sobre la voz de niños, niñas y adolescentes en su proceso educativo en tiempos de crisis: ¿qué se protege cuando se protege la normalidad?
Margarita Ponce Calderon, profesora de lenguaje y literatura, La Otra Educación.
Dentro de un contexto de pandemia, donde toda nuestra vida se ve detenida y truncada en un punto X sobre el cual no tenemos una planificación previa acerca del qué hacer, resulta vital detenerse a pensar sobre nuestras decisiones adultas que atraviesan los cuerpos (materiales y subjetivos) de niños, niñas y adolescentes[1].
A mi parecer, la mesa como alegoría de la sociedad en la que vivimos simplifica bastante bien el vínculo entre niñxs y adultxs, y el adultocentrismo que atraviesa dichas relaciones interpersonales:
Era una práctica habitual que a la hora de cualquiera de nuestras comidas diarias[2], tanto niñxs y ancianxs como adultxs se sentaran a comer en un mismo espacio: La mesa. En ella, lxs adultxs hablaban de diversos temas e incluso de aquellos que exigían de una sobremesa (tanto por su extensión como gravedad), sin embargo, para quienes éramos niñxs sabíamos que era un acto impensado y hasta revolucionario intervenir con la palabra -el golpe o la amonestación verbal se manifestaría con seguridad- así como de pararnos de ella sin que todxs hubiesen terminado. Sabíamos, por imposición (porque así el adulto lo dictamina o por una especie de acuerdo implícito desigual) que nuestra permanencia obligatoria en el espacio era material (cuerpo-objeto) más no de derecho. Si de adolescentes se habla era otra la disposición del mundo adulto, sin embargo, la dinámica como sujeto[3] no varía. El adolescente -masculino- estaba ahí para “hacerse hombre”, incitado por imposiciones patriarcales del medio, mientras que las mujeres eran más bien una extensión de la dueña de casa. En palabras simples, este último grupo etario poseía valor más en su condición futuresca que en su presente posición de adolescente.
Al pensar en ella como un espacio donde confluyen los diferentes discursos y grupos etarios, la mesa podría haberse presentado como una posibilidad, un momento de esparcimiento y uso en igualdad, sin embargo, las prácticas adultistas y patriarcales son parte de su estructura y no solo conductuales, por lo que las relaciones de poder (e incluso de biopoder[4]) en este espacio común eran/son totalmente normalizadas.
Entonces, ¿de qué manera se observa la mesa como acto de réplica alegórica en la actualidad? ¿cómo influyen nuestras decisiones educacionales a NNA en este contexto? ¿cuánto manipulamos lxs adultxs estas decisiones sin considerar sus sentires y frustraciones?
Sin ahondar mucho en estas reflexiones, pareciera ser que la dinámica de la mesa sigue presente de forma estructural, afectando violentamente a NNA a través de prácticas adultistas las cuales, más que desaparecer, han remecido aún más a este grupo etario en un contexto de enfermedad y muerte de carácter mundial. La educación formal es un claro ejemplo de ello.
En esta línea de formación, la cual nos convoca, podemos observar en el contexto neoliberal que las decisiones adultas de mantener la normalidad y orden educativo, han causado un gran efecto en la subjetividad de NNA quienes, deben lograr objetivos de manera exitosa, sin embargo, carecen de voz que lxs incluye como sujetxs en esta gran mesa, protegiendo el modelo de la meritocracia. Esto se debe, en gran medida, a que NNA no son considerados en el debate del análisis metodológico sobre el qué hacer o el cómo. En definitiva, una ejecución obligatoria porque el mundo adulto así lo determina.
De la misma forma sucede con la brecha social de la cual la educación formal no se ha hecho parte de la solución, sino del problema. Ejemplo de ello, vemos cómo unx estudiante para lograr el objetivo de ser evaluadx y no perder la “normalidad” en su rutina, debe poseer las competencias tecnológicas necesarias, además de los bienes materiales. Es decir, el pertenecer al espacio y lograr el objetivo ya no solo depende de su disposición física, sino de habilidades computacionales y tecnología[5] disponibles solo para el/la estudiante, el/la cual debe ser acompañadx por su mapadre o tutor/a quien también debe responder a plazos estrictos, teletrabajo, hogar, etc. En definitiva, una solución viable para un sistema educacional que se ha considerado, históricamente, segregador.
Añadiendo a lo anterior, nos encontramos con las dinámicas de poder y violencia doméstica[6] que afectan directa e indirectamente a NNA lo cual, en sectores más vulnerados, se ve aún más agudizada la precariedad de la sobrevivencia económica[7] y sanitaria. Frente a lo anterior, NNA deben lidiar en el encierro con quien, por un lado, lxs vulnera, abusa y agrede o, por otro, familias que deben trabajar exponiéndose a la enfermedad porque el encierro también es morir. Todo lo anterior sumado al exitismo neoliberal porque “deben ser capaces de preocuparse de sus estudios”.
En definitiva, en la realidad actual nacional podemos
seguir evidenciando violencias simbólicas de carácter sistemático dirigida a
este grupo etario, aunque este escenario de pandemia se haya presentado como la
posibilidad de confluir en esta mesa -un imposible para muchxs, ya que la
cuarentena sigue siendo un privilegio y no un derecho-. Persiste, también, una
estructura que no se toca aún para NNA, a pesar de encontrarnos en épocas de
cambios para muchos sujetos históricamente acallados por la hegemonía (hombre/blanco/adulto).
Entonces, si en la actualidad la participación de NNA en esta mesa es
obligatoria, si el distanciarse de su rol educacional es y sigue siendo
impensado para este grupo etario, si en definitiva evidenciamos una vez más la
violencia ejercida a sus cuerpos, ¿A quién/qué se protege cuando se resguarda
al sistema de su eventual derrumbe? ¿Por qué aún en la actualidad nos parece
impensado que NNA participen en derecho y políticamente de las decisiones que
lxs atañen?
[1] Desde ahora NNA.
[2] Hablo aquí en tiempo pasado, ya que hasta los años 90’ era una práctica tanto habitual como obligatoria la de sentarse a comer en la mesa con la familia. Si bien en la actualidad esa obligatoriedad ha variado por la liquidez de las relaciones familiares, las relaciones entre el mundo adulto y la niñez siguen respondiendo al adultocentrismo imperante.
[3] Se entiende por sujeto a un ser dotado de conciencia y de voluntad, que conoce y actúa en conformidad con su propia voluntad. Al sujeto se contrapone del objeto, como una cosa exterior hacia la cual se dirige la conciencia y la actividad del primero.
[4] De acuerdo con Foucault (Defender la sociedad, 1976), en las relaciones de poder propias de la modernidad occidental hay un poder que se ejerce sobre la vida llamado Biopoder. En esta forma, el poder asume como propia la tarea de “defender” la vida biológica de quienes se encuentran sujetos a él, adoptando como propia la labor de gestionar la vida, de apoyarla y propiciarla, pero también incluso de gestarla y determinar las formas de vida admitidas. En definitiva, el poder no es simplemente negativo, no opera sólo y ante todo restringiendo las posibilidades de acción de los individuos, sino produciendo a estos, en función de las relaciones productivas que el sistema requiere o, en este caso, mundo adulto requiere.
[5] Según la novena Encuesta de Accesos y Usos de Internet (realizada a mediados de año del 2018), un 87,4% de los hogares encuestados tiene acceso propio a Internet (ya sea a través de servicios fijos o móviles) mientras que un 12,6% no tiene acceso de ningún tipo. En relación al tipo de conexión, un 29,6% de los hogares accede a Internet solo a través de servicios móviles, mientras que un 28,9% solo a través de servicios fijos. En tanto, un 27,2% se conecta a través de ambas plataformas.
[6] De acuerdo a cifras publicadas por El Mostrador, en Chile ocurren en promedio 130 mil casos de violencia intrafamiliar (VIF) al año y un 38% de mujeres ha sufrido violencia alguna vez en su vida y se proyecta un incremento de un 20% a un 30% de casos en Chile (en contexto de pandemia), con mayor riesgo de violencia extrema hacia mujeres y disidencias sexo-genéricas. Lo anterior sin considerar un estudio a las violencias dirigidas a niñxs, adolescentes y ancianxs, es decir, el mundo no adulto.
[7] Más de 1 millón y medio de niños dependen de los Programas de Alimentación Escolar (PAE), de los cuales casi 300 mil, sin duda los más vulnerables, requieren incluso de esta ayuda durante el período de vacaciones, considerando además que medida adoptada para proteger el empleo es un bono de solo 50 mil pesos para el 15% de los 3.6 millones de trabajadores/as informales (fuente: Fundación Sol).