Parte222

¿Por qué hablar del adultocentrismo hoy en día? Problematizando las violencias hacia las niñeces y adolescencias (parte 2)

Por Sebastián Soto-Lafoy, psicologo UNAB, colaborador equipo Investigación y Autoformación en La Otra Educación.

En el presente escrito se continuará desarrollando el fenómeno del adultocentrismo que se comenzó en la primera parte. En esta ocasión se ahondará en algunas reflexiones e hipótesis que permitan ubicar al adultocentrismo como un sistema de dominación de carácter estructural, y no como un simple razonamiento o actuar conductual individual.

Considero pertinente entonces partir por la siguiente reflexión en torno a la problematización de las violencias hacia las niñeces y adolescencias[1] en el Chile actual.

 En lo que respecta a la opinión pública en general, es posible ubicar ciertas narrativas hegemónicas sobre las violencias del mundo adulto hacia los niños, niñas y adolescentes, que se ponen de manifiesto a través de distintos actores sociales: medios de comunicación masivos, clase política, profesionales y organizaciones de la sociedad civil (ONG’s, Fundaciones). Estos actores identifican la problemática de las violencias en lugares y espacios específicos, a partir de ciertas clasificaciones, y que se van instalando en el sentido común de la población. De esta manera, tenemos la siguiente fórmula: familia-maltrato infantil, escuela-violencia escolar, SENAME-violencia institucional, comunidades mapuches-violencia policial, por nombrar algunas. Si bien estas narrativas no son homogéneas, tienen este punto en común de acentuar la vulneración de derechos como si fuese el problema central, y que por tanto la única solución apunta a poner el acento en el rol del Estado en la prevención, protección y reparación de esos derechos. Ahora bien, reconociendo que estamos frente a una sistemática vulneración de derechos, y que el Estado debe ocupar un lugar central e imprescindible frente a este tipo de vulneraciones, creo que asimismo hay que complejizar la discusión identificando las determinaciones socio-culturales que dan cuenta de la violencia estructural que las une, y no acotarlo a una mirada estrictamente jurídica.

Entonces, ¿cuál es el denominador común de los hechos de violencia en las familias, las escuelas, el SENAME, las comunidades mapuches, más allá de que el autor material de esos actos de violencia es un adulto o adulta? ¿Son simplemente acciones individuales adultas? ¿O tienen relación con determinaciones de carácter estructural? Postulo la siguiente hipótesis: Los hechos de violencia tienen un punto común que los une, relaciona y condiciona, y es que se sustentan en el sistema adultocéntrico. En términos generales, a partir de este modo de organización social, se (re)produce una representación social hegemónica de la niñez, en la cual lxs sujetos infantiles son ubicadxs como un objeto depositario de los deseos de lxs adultxs, y por ende facilita el hecho de que sean manipuladxs, controladxs, utilizadxs para sus propios fines. Es decir, hay una operación de cosificación de sus cuerpos, ocurriendo en simultáneo la negación de sus palabras, de sus subjetividades. De esta manera, muchos adultos y adultas, en distintas situaciones, justifican por ejemplo los golpes como un método de crianza correctivo válido (e incuestionable).

Desde esta hipótesis, las violencias hacia los niños, niñas y adolescentes no se deben simplemente a un (mal) actuar individual de un adultx en particular sino que, pensando en los ejemplos anteriores, son manifestaciones de una violencia estructural con raíces sociales, culturales, históricas y políticas, y que configura prácticas cotidianas legitimadoras de la distribución y ejercicio desigual del poder en las relaciones intergeneracionales. En ese sentido, la problemática de las violencias no puede reducirse a un asunto entre individuos, ya que es un fenómeno sistémico con múltiples expresiones institucionales y espaciales. Esto se puede ver por ejemplo en los procesos políticos e institucionales de toma de decisiones, en las que las políticas públicas de infancia son construidas siempre por adultxs, sin ningún tipo de participación real y vinculante de la población infanto-juvenil en la planificación, diseño y ejecución de dichas políticas.

La apuesta que propongo entonces es hacer un desplazamiento de una lógica individual, parcial y aislada de las violencias, a una lógica colectiva, estructural e intersectorial[2].

El sostener que las violencias a los niños y niñas en la familia, la escuela, el SENAME, el territorio mapuche, constituyen simplemente a una vulneración de derechos, es acotarlo a una mirada técnico-jurídica que abarca las consecuencias en ese plano, pero desconociendo las causas de porqué se violenta sistemáticamente a este grupo etario en particular. Abordar la especificidad de este tipo de violencia implica, a mi parecer, nombrarla como corresponde: es violencia adultista, no simplemente vulneración de derechos (¿Quiénes acaso no son vulnerados en sus derechos constantemente en este sistema neoliberal?). El adultismo entendido como la puesta en práctica de la discriminación por edad. Es la materialización de las violencias provenientes del adultocentrismo, y que es visible en cuatro aspectos: silenciamiento de las opiniones, castigo físico, negación de derechos y prohibición de trabajar (Morales y Magistris, 2018).

Identificar y visibilizar el adultocentrismo con un sistema de dominación que fundamenta una violencia estructural y sistémica -dirigida a un grupo social en particular- abre la posibilidad de pensarlo a partir de la categoría de sistemas de dominación múltiple (Morales y Magistris, 2018; Gutiérrez, 2009). Es decir, en pocas palabras, realizar un análisis integral e intersectorial de las múltiples prácticas de dominación (económicas, sociales, culturales, simbólicas, políticas) de los distintos sistemas de opresión que producen y reproducen las condiciones sociales y materiales de vida en la sociedad. Si el capitalismo discrimina por clase social, el patriarcado por géneros y sexualidades, el colonialismo por etnia y nacionalidad, el adultocentrismo lo hace por edad. Edad, género, clase social, etnia y nacionalidad son categorías que no operan de manera independiente, sino que confluyen, intersectan e interrelacionan entre sí, dando cuenta de procesos de socialización complejos y múltiples formas de discriminación.  En ese sentido, si estamos frente a múltiples opresiones, las luchas y resistencias también deben ser múltiples y articuladas. No es posible pensar la lucha anticapitalista, antipatriarcal, anticolonial y antiadultista de manera separada y aislada.

En síntesis ¿por qué es importante dar cuenta de una visión compleja, estructural e integral del adultocentrismo? Porque en  la medida que podamos comprender la raíz de las violencias hacia las niñeces y adolescencias, se contribuye en primer lugar a la construcción de una teoría crítica y emancipadora de la niñez, que le dispute política y culturalmente a la hegemonía adultocéntrica y, en segundo lugar, el poder problematizar nuestras propias prácticas adultistas y reproducción de estereotipos generacionales.

En el campo de las militancias populares que trabajan con niños, niñas y adolescentes, la acción colectiva necesariamente debe ir de la mano con la batalla cultural. Y para eso también es importante generar espacios colectivos de de-construcción de nuestras prácticas adultistas. Reconocer que en nuestras prácticas cotidianas reproducimos esa violencia simbólica (indirecta y sistemática) que mantiene los roles sociales pre-establecidos y que, al naturalizarlos, impide pensar otras formas posibles de vincularnos con las niñeces. Hacer visible lo invisible es un primer paso.

Referencias

-Morales, S.; Magistris G. (Comp.). Niñez en movimiento, del adultocentrismo a la emancipación. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ed. Ternura Revelde, Chirimbote, Editora el Colectivo, 2018.

-Valdés Gutiérrez, G. (2009). América Latina: Posneoliberalismo y movimientos antisistémicos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.


[1] Se habla de violencias en plural porque se entiende que hay múltiples formas de violencia (sexual, simbólica, física, psicológica, institucional, etc.) dirigidas hacia los niños, niñas y adolescentes.

[2] Y este desplazamiento también aplica para la concepción que se tiene de los sujetxs infantiles y adolescentes. Es decir, pasar de concebir a la población infanto-juvenil como individuxs aisladxs, reducidos a la categoría de hijxs y/o estudiantes, a un colectivo social con determinadas características,  acorde y en relación a las categorías de género, clase social, etnia, nacionalidad, etc.

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