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¿Infancia vulnerada o infancia oprimida?

Por Sebastián Soto-Lafoy y Natalia Sepúlveda Kattan*

¿Por qué en Chile hablamos de infancia vulnerada, y no de infancia oprimida? ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué implica usar uno u otro término para comprender los problemas de la niñez en nuestro contexto? Hemos querido plantear una reflexión en torno a estos conceptos, que responden a tan diferentes paradigmas.

Si entendemos la categoría infancia como una construcción sociocultural cuya significación se va transformando en el tiempo de acuerdo con los discursos socialmente elaborados sobre la niñez, nos parece pertinente, primero, problematizar e interrogar las nociones actuales que predominan al momento de referirnos a la infancia (en realidad, a cierto tipo de infancia), y que tiene que ver con la idea de la vulnerabilidad.

La representación hegemónica de la infancia en tanto vulnerable o vulnerada es parte del discurso oficial institucional, utilizada por fuerzas políticas tanto liberales como progresistas, que reproduce la idea de la infancia “en peligro”, es decir, de aquella infancia que no ha recibido los cuidados correspondientes de la crianza y la educación, asociada siempre o casi siempre a los sectores populares, o bien, a la niñez institucionalizada en algún programa de protección del Estado.

La representación de la niñez como vulnerada o vulnerable justifica una serie de prácticas amparadas en una noción muy poderosa, denominada “interés superior del niño”, que no es otra cosa que el interés social, según la autora Vanessa Pupavac (2001). Vale decir: aquello que es mejor para el niño o niña, es mejor  para la sociedad, y está definido por lxs adultxs, por mucho que a lxs niñxs se les invite a participar en la evaluación y definición de ese interés. De modo que la infancia vulnerada se vuelve objeto, en tanto su subjetividad queda coaptada en ello. Podemos incluso sostener que, desde la retórica de los derechos, este lugar de objeto se entremezcla con la noción de sujeto de derecho, teniendo como resultado un lugar de objeto de derechos. Es decir, el niño, niña y adolescente es ubicado en una posición pasiva y receptiva de sus propios derechos otorgados por las instituciones adultas, y en ningún caso como el resultado de sus propias luchas y demandas.

Y aquí tenemos que diferenciar las dos variantes del término: como adjetivo (vulnerable) y como verbo (vulnerado). Respecto al primero, hablamos de una categoría que remite a una condición inherente de debilidad, que califica algo susceptible de ser dañado per se, lo que a su vez, en este caso, da cuenta de una determinada concepción de la subjetividad infantil y que condiciona los vínculos que se establecen con los niños y las niñas. Por ejemplo, de parte del Estado muchas veces se despliegan intervenciones y prácticas institucionales de carácter proteccionista y paternalista, que encuadran y limitan la participación de los niños, niñas y adolescentes en la esfera pública, en aras de su protección. Así, se pone el foco en la carencia y en la dependencia, en desmedro de las potencialidades y capacidad de actoría social e incidencia en la transformación de la realidad. En todo caso, ya se ha establecido que el error de la expresión “vulnerable” es justamente establecer la vulnerabilidad como un rasgo propio del sujeto, en vez de situarlo en el entorno social o condiciones externas a él, que son las que se deben corregir. Por lo tanto, en vez de “vulnerable” hablaremos de “vulnerada”.

Cuando hablamos de “infancia vulnerada” generalmente nos referimos, desde el discurso jurídico, a la vulneración de derechos, ya sea por responsabilidad de la familia o del Estado. El problema que observamos con esta noción de la vulneración, es que se piensa en términos estrictamente jurídicos e individuales de la acción vulneradora, llevada a cabo por un adulto o institución en particular,  omitiendo la violencia estructural adultista que esa acción tiene a la base y de la cual son objeto las infancias. Hablamos de una violencia estructural sociopolítica, económica y simbólica, pues la infancia, o más bien las infancias, no son ajenas a las violencias, discursos y valores capitalistas, patriarcales, colonialistas y, por supuesto, adultocéntricos, que mantienen y perpetúan las relaciones de poder. Digamos que con la noción “vulnerada”, se individualiza una problemática que es estructural y colectiva. 

¿Qué ofrece, en cambio, el concepto de “opresión”? La opresión alude a las relaciones de dominación que estructuran la sociedad, y asume que los grupos más favorecidos obtienen sus privilegios a costa de los menos favorecidos: dicho en términos absolutos, los hombres de las mujeres; lxs blancxs de lxs negrxs, indígenas y mestizxs; lxs ricxs de lxs pobrxs; y lxs adultxs de lxs niñxs. Así, toda acción individual en dichos binomios expresa esa estructura societal de dominación, aunque por supuesto con una tremenda complejidad y relatividad que supera con creces los ejemplos recién mencionados. Asimismo, la opresión se asocia con la acción de los grupos. Tal como las mujeres, los pueblos originarios, lxs trabajadorxs, lxs estudiantes, etc. son grupos sociales que se caracterizan por ciertos rasgos en común, los niños, niñas y adolescentes también son un grupo social determinado.

En el contexto de una sociedad adultocéntrica, los vínculos adultx-niñx son relaciones de poder, y por tanto relaciones políticas. La infancia en tanto grupo social oprimido -y ya no como sujetos individuales- ocupa la posición subordinada en dichas relaciones. La opresión adulta en ese aspecto es estructural y sistémica, y si bien no distingue clase social, género, etnia y nacionalidad, al mismo tiempo, se articula a esas dimensiones determinando diferentes formas, grados y mecanismos de opresión. Por ejemplo, los niños, niñas y adolescentes de las clases populares se subordinan al poder de los y las adultas de las clases populares, pero también y junto con ellxs, a las y los adultos de la clase dominante. Así, los niños, niñas y adolescentes de la clase dominante se subordinan al poder de los adultos y adultas de la clase dominante, pero representan también determinados poderes que disminuyen su grado de subordinación, por ejemplo, frente a los recursos de dominación de las y los trabajadores empleados en sus casas u otros que les proveen servicios.

Relevando sólo esta perspectiva, la infancia oprimida adquiere una especial connotación de clase que la idea de vulnerabilidad no pone al centro del debate, aun cuando el foco de la vulneración de derechos, en el discurso público, está siempre y evidentemente puesto en las infancias populares. Tal como señala Eduardo Bustelo (2007), en el campo de la intervención social con las infancias, desconocer cómo impacta en las subjetividades y condiciones de vida la concentración de riqueza y de poder entre clases sociales, termina reproduciendo su lugar de subordinación en la sociedad.

En ese sentido, hablar de infancia oprimida nos parece que permite reenfocar la mirada en la dirección de pensar la relación entre infancia y lucha de clases. En contraposición a la imagen de la infancia vulnerada, siempre en clave individual, familiarista y abstracta, pensar la infancia en términos de opresión nos desplaza a una lógica colectiva y materialista, que implica la posibilidad de reconocimiento de las propias condiciones de vida y de adoptar un estado de conciencia respecto a ellas, permitiendo generar las resistencias a la presión que la opresión impone. En otras palabras, el concepto de opresión supone un sujeto activo, colectivo y consciente que busca su liberación a través de las transformaciones de las condiciones estructurales que determinan su situación, y es lo que entendemos con la noción de “infancias protagónicas”, que define a las niñas, niños y adolescentes como actores sociales y políticos, oprimidos pero no víctimas.

Autores

Sebastián Soto-Lafoy, Psicólogo de la Universidad Nacional Andrés Bello. Maestría en Psicoanálisis en la Universidad de Buenos Aires. Temas de interés Educación popular, protagonismo de la niñez y derechos de los niños, niñas y adolescentes

Natalia Sepulveda, Socióloga y doctora (C) en sociología por la Universidad Alberto Hurtado. Especialista en sociología de la infancia y el estudio de la relación entre infancia y trabajo.

Referencias citadas

Bustelo, Eduardo (2007) El recreo de la infancia. Argumentos para otro comienzo. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Pupavac, Vanessa (2001) Misanthropy without borders: the International children’s rights regime. Disasters 25(2): 95-112

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