La educación en estado de shock: el ocaso del estado docente y la disolución de la escuela
Por Adolfo Estrella, sociólogo.
1. La pandemia ha atacado nuestras condiciones de existencia social. Estamos confinados y autoconfinados en hogares, saturados de vínculos digitales y hastiados de nosotros mismos; aburridos de nuestra propia presencia y de la de los demás. En Chile, desconcertados por el baile de cifras de contagiados y muertos y por las impúdicas errancias y errores de las políticas gubernamentales, no tenemos idea de los tiempos de esta reclusión que, al tiempo que intensifica nuestras interacciones privadas reduce al mínimo nuestras interacciones públicas y violenta los espacios de lo común. Por lo tanto, se reducen las posibilidades de la política y de la democracia. Lo que sobrevive es un extenso, aunque superficial, espectáculo banal.
2. Se han limitado los lugares donde podemos estar y que podemos ocupar, es decir, habitar. No podemos estar juntos en nuestros espacios de siempre; no podemos estar en lo habitual. Lo público se ha vuelto peligroso: las calles, el ágora, los mercados se dibujan, nos los dibujan mediáticamente, como espacios de contagio y, por lo tanto, de miedo. Las fronteras entre la sana precaución frente a las tragedias reales de la pandemia y la patológica paranoia se difuminan, nos las difuminan.
3. La imposición del sustituto digital avanza, sin resistencias, en cuatro grandes ámbitos: trabajo, educación, servicios, comercio. Pero, en general, en todos los vínculos sociales la digitalización prospera. En todos estos lugares se pueden construir mercados y se construyen. La utopía cibernética comienza a mostrar sus rasgos más claros y el neoliberalismo saborea los éxitos de la digitalización universal. Un escenario de reducción definitiva de los intercambios físicos en muchos lugares y su sustitución por los digitales comienza a verse posible y altamente deseable por parte de importantes sectores empresariales.
4. La educación tradicional, estatal, pública y sus restos republicanos, es uno de los principales sistemas sociales heridos por el tsunami pandémico. Toda la estructura educacional basada en la escuela “presencial” y en la escolarización obligatoria ha estallado, en particular la educación pública, aunque no sólo ella. El ocaso del Estado docente, de la manera como había funcionado desde casi dos siglos y, por lo tanto, la complementaria privatización de la educación que se venía produciendo desde hace unas décadas, comienza a mostrarse en su plenitud.
5. La escuela queda cuestionada como lugar espacial, como ocupación de un territorio físico, con sus muros, sus normas y ritos de acceso y salida. Con sus horarios, su disciplina, sus autoritarismos, sus relaciones laborales, sus jerarquías, sus mecanismos de selección, su organigrama y su currículo. De forma inédita e impredecible en sus consecuencias para la propia práctica educacional y pedagógica, la escuela se disuelve bruscamente en millones de células docentes domiciliadas en hogares, que los reciben atónitos. Aparece una nueva forma de escolarización: a base de nodos digitalizados y a distancia, que no es lo mismo. La educación a distancia ha existido desde hace mucho tiempo, lo nuevo es su combinación con las tecnologías digitales. Lo nuevo es la tecno-educación basada en la infraestructura de internet que tendrá profundas consecuencias sobre las capacidades y medios y fines de la auto reproducción social.
6. Pero también sobre la propia capacidad de la escuela de seguir funcionando como espacio de “desmaternización” y como lugar de encuentro de los niños y adolescentes con la heterogeneidad y otredad del mundo, condición para el logro de una autonomía psicológica. El hogar-escuela, cerrado a la experiencia del mundo y abierto a las redes, corre el peligro de borrar distinciones simbólicas imprescindibles para acompañar el crecimiento y maduración de los individuos. El peligro también está en la pérdida del cuerpo colectivo escolar, es decir de la atenuación de la relación entre los propios alumnos, base de la construcción de comunes y de aprendizajes dialógicos horizontales (comunicación muchos a muchos) muy debilitada por el predominio de la relación, vertical, profesor-alumno (comunicación uno a muchos).
7. El Estado, a través de la escuela como institución histórica, tardó más de dos siglos en extraer a los niños de los hogares. Con la pandemia, se realiza un proceso contrario: se devuelven los niños a la casa ya que el Estado se declara incapaz de educarlos y se los entrega a las familias para que ejerciten una función para-docente que los desborda y angustia. Lo mismo hizo la empresa con sus trabajadores: durante más de dos siglos desterró a los campesinos de sus huertas y a los artesanos de sus talleres y los introdujo en la disciplina de la fábrica. Desde hace unas décadas las energías empresariales van en dirección contraria: se promueve el abandono del espacio físico de la empresa y la instalación de relaciones tele-trabajo como forma de organización hegemónica de las empresas. Escuela y empresa forman parte de un mismo proceso de desmaterialización de los vínculos sociales y de una misma textura de conectividad digital.
8. En la educación se produce una ruptura de límites de la tríada social armónica: escuela-hogar-trabajo. Coinciden, temporal y espacialmente, en la casa madres y padres, sin trabajo o convertidos en tele-trabajadores, e hijos desterrados de la escuela. Se añade a esto la brutal diferencia, por clases sociales, en infraestructura tecnológica y cultura digital entre hogares, que interfiere el sueño de una mediación tecnológica capilar universal y que muestra una trágica competencia por recursos, espacios y tiempos dentro del hogar. Un cóctel psicosocial de alto riesgo, que lleva a muchos profesores a asumir con intensidad dos funciones siempre presentes en la educación pero que ahora toman protagonismo: protección social y soporte psicológico. Por eso es que las palabras “apoyo emocional” y, sobre todo “contención” abundan en el lenguaje de profesores.
9. Convertidos en trabajadores sociales y psicólogos amateurs los profesores se ven enfrentados a exigencias y desafíos asistenciales que ponen a prueba no sólo sus capacidades técnicas sino su fortaleza psicológica. Muchas veces abandonados por las instituciones de la que forman parte han tenido que crear nuevos vínculos y solidaridades colectivas, de apoyo mutuo, para hacer frente a tareas no incluidas, con esta intensidad, en el contrato docente, simbólico y salarial.
10. Se manifiesta también el debilitamiento de la tríada pedagógica armónica: currículum-escuela-evaluación. Por una parte, el currículum uniforme, base de la transmisión para el Estado docente pierde extensión y se deben priorizar unas unidades sobre otras y la instrucción de contenidos queda relegada en muchas escuelas porque “nos centramos en la contención de los niños y no en los aprendizajes”, nos dice una profesora. La evaluación, instrumento del control estatal sobre la educación agoniza, pero se resiste a morir: se insiste en la realización de exámenes estandarizados y universales que, como es previsible, sólo servirán para medir y certificar el fracaso institucional frente a una realidad que la excede.
11. En síntesis, la pandemia está dando lugar una serie de desplazamientos: la más extensiva es la que nos habla del paso de lo presencial a lo “ausencial” y que tiene como consecuencias el movimiento desde la escuela física a la escuela digital; de la escuela al hogar; de lo pedagógico a lo asistencial; del alumno a la familia como sujetos pedagógicos; del currículo extenso al currículo priorizado; de la disciplina corporal a la vigilancia y el control digital. Todas estas dinámicas y otras que seguramente no podemos detectar ahora nos enfrentan a una modificación sustancial de la vida y la práctica de las escuelas. Tanto el Estado docente como la escuela son formas históricas que aparecieron y algún día desaparecerán. El problema no está en la desaparición en sí misma. Se trata más bien del desafío de pensar en qué tipo de instituciones educativas, estatales y comunitarias, podemos crear que persistan en objetivos dialógicos, solidarios, creativos y democráticos en tiempos nada halagüeños para las libertades colectivas.