Leer a Freire, leer al mundo
Me ha tocado escuchar en varias ocasiones a gente decir que sigue la metodología de Paulo Freire, refiriéndose a que en sus prácticas enseñan a sus estudiantes pero también aprenden de ellos; incluso se utiliza para referirse a contextos en los que en una ocasión una persona enseña a otra sobre algún tema específico, pero luego la segunda enseña a la primera sobre otro tema. Estas afirmaciones son, bajo mi interpretación de la pedagogía de Paulo Freire o de la filosofía de la educación de Paulo Freire —no olvidemos que Freire era filósofo de formación—, al menos, imprecisas. Argumentaré por qué.
En primer lugar no existe una metodología de Paulo Freire referida a la educación en general. Si es que podemos hablar de una, esa sería la metodología de alfabetización que utilizó para enseñar a campesinos adultos, la cual consistía —en forma bien rauda— en aprender, en primer lugar, palabras que fueran significativas para el contexto de los educandos, a las que llamó palabras generadoras; para luego, desde ahí, aprender las demás. Si no se hace referencia a una metodología específica para alfabetizar, es incorrecto hablar de una metodología de Paulo Freire.
Otra cosa es la crítica que hace de la educación bancaria y su defensa de una educación liberadora basada en el diálogo. Esto es lo que sintetiza en su célebre frase en la Pedagogía del oprimido: “Nadie educa a nadie —nadie se educa a sí mismo—, los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo.” Hay muchas cosas que se pueden decir sobre esto —Freire escribió mucho, siempre con una prosa rigurosa, no siempre fácil de leer—. Me concentraré en dos.
Primero: No hay docencia sin discencia. Este debe ser el punto que la mayoría de la gente agarra —a su manera— del análisis de Freire. Discencia es un neologismo, como muchos otros, elaborado por Freire. El docente es a la docencia lo que los discentes (es decir educandos) son a la discencia. Al decir no hay docencia sin discencia básicamente está diciendo que los educandos están ahí no solo como meros adornos; son parte activa del aprendizaje, no son objetos del educador. Su presencia, además, no es solo relevante para ellos mismos: educadores y educandos interactúan entre sí, se afectan mutuamente, se forman mutuamente. Freire lo dice con un pequeño trabalenguas: “quien forma se forma y re-forma al formar y quien es formado se forma y forma al ser formado” [sic].
Lo anterior, como todo en Freire, se opone a esa educación bancaria en que, en su versión más extrema, los educandos no existen como sujetos; son meros objetos que deben ser formados. El educando en la educación bancaria no tiene que decir nada sobre el mundo, no debe formar nada, debe aprender lo que se le enseña de él, debe tomar la forma que se espera que tome (he ahí la importancia de la alfabetización: decir la palabra verdadera es transformar al mundo).
Segundo: El diálogo es la esencia de la educación como práctica de la libertad. Esta es para mí la idea más poderosa que cruza todo el trabajo de Freire. Educación basada en el diálogo, en la capacidad para leer el mundo y decir tu palabra. Esta idea viene de la comprensión de que el conocimiento es histórico, es decir, está asociado a un contexto, a un momento en la historia, no es universal, no es absoluto, y sobre todo, no es invariable. El conocimiento se ha construido a lo largo de la historia (y no como una construcción lineal, pero ese es otro tema), y así como se ha construido seguirá eternamente en construcción. Decía Freire en la Pedagogía de la Autonomía que una de las condiciones para pensar acertadamente es que no estemos demasiado seguros de nuestras certezas. La arrogancia de la educación bancaria que describe el mundo diciendo “el mundo es así” con certeza absoluta, imposibilita el diálogo y niega el carácter histórico del conocimiento. El diálogo en la educación es un acto de reconocimiento de que nuestro conocimiento es y será siempre parcial, y por tanto, disponible a la crítica y al cuestionamiento.
Lo anterior no afirma en ningún caso que el conocimiento no exista como tal, que sea relativo, de carácter subjetivo, o alguna otra sentencia postmoderna como esa. La duda no es contraria al rigor metódico. Educadores y educandos rigurosamente curiosos, decía Freire. Es más, afirmaba que una de las prácticas fundamentales que debían tener los educadores era estimular el transito de la curiosidad ingenua, el saber hecho de pura experiencia, que es la fuente del sentido común, a la curiosidad epistemológica, la cual es metódicamente rigurosa.
El planteamiento de Freire va mucho más allá de yo te enseño y aprendo mientras lo hago; implica cuestionarse lo que enseñamos, dejar espacio a la duda en nuestras más profundas certezas, reconocer que existe la posibilidad de que estemos equivocados —y no es una pequeña posibilidad—. Pero esa duda no debe ser motivo de estancamiento, al contrario, debe ser motor de búsqueda, de incansable búsqueda de leer el mundo con tal de transformarlo.