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Organizarse con niños, niñas y adolescentes de la población en el Chile neoliberal

Margarita Ponce Calderón

En una época posmoderna, donde todo carece de importancia y cuestionamiento, asumimos leyes y medidas institucionales como si la política fuese practicada en las urnas, externa de nosotros/as, incluso, si aquello va en contra de nuestros derechos. Dejamos en manos de un sector privilegiado de la población, decisiones políticas que afectan nuestra vida, e incluso la muerte. Es por ello,  que la militancia debe ser éticamente incuestionable, sobre todo cuando se trata de niños, niñas y adolescentes que viven a diario la marginación de un sistema que los/as excluye desde que nacen por “ser pobres”.

No obstante, organizarse con —y no por— niños, niñas y adolescentes de la población es trabajar considerando dos factores determinantes: uno, el adultocentrismo que se ha instalado en diversos espacios sociales, políticos, económicos, etc.; y dos, el contexto de pobreza el que, no solo se romantiza —al estilo de Will Smith llegando a Wall Street—, sino que se considera un elemento desmontable. Quienes trabajamos en espacios educativos con más de un 80% de vulnerabilidad, sabemos que no es así.

En primer lugar, porque en un sistema neoliberal, los/as niños/as y adolescentes son material y subjetivamente afectados/as por el adultocentrismo, sistema que tiende, frente a personas de un rango etario distinto al adulto, a no considerar su propio relato como sujetos dotados de conciencia y voluntad; sin embargo, cuando los efectos de nuestro Chile salvaje los alcanza como una bala loca, son altamente cuestionados, depositándose en ellos la responsabilidad de ser resilientes frente a todo contexto. En palabras simples, si incomodan, los medicamos, callamos, encerramos y marginamos del sistema educacional por no adaptarse a las normas ni sobreponerse ante la adversidad. Ante esta situación, ¿quién sí lo haría cuando no hay referentes de contención?

En segundo lugar, los/as niños/as y adolescentes que habitan en espacios de vulnerabilidad  afectiva, económica, social y cultural no solo son marginados/as por ser considerados “menores”, sino, y principalmente, por “ser pobres”, situación que nos hace cuestionar las políticas públicas deficientes y que incentivan el orden de lo punitivo. En la práctica, un SENAME que interviene en la mayoría de las familias de la clase trabajadora, por el solo hecho de no tener recursos económicos; o un Estado que castiga mayoritariamente a los colegios más pobres por no obtener resultados óptimos en el SIMCE, no podrían llamarse políticas públicas de calidad. En definitiva, existe un constante cuestionamiento público frente a los/as niños/as y adolescentes en “estado de vulnerabilidad económica”, como si la pobreza solo dependiera del individuo y no del medio; y, frente a la falta de oportunidades en salud, educación, vivienda, etc., existe una sanción que empobrece y encasilla aún más. Es decir, nos encontramos ante un sistema político, económico y social de corte neoliberal que propaga la idea de “libertades económicas” pero que, en la práctica, son ilusorias.

Es por lo anterior que se hace inminente intervenir políticamente los territorios, de manera que los/las niños/niñas y adolescentes, no solo actúen como meros espectadores de su propia realidad, sino también, como protagonistas de aquello que los oprime día a día, protestando, organizándose en conjunto contra la delincuencia, drogadicción e incluso, exigiendo más espacios de juego (que ya nada de juego ofrecen), así como también, la escucha y contención adulta como una práctica de compañerismo.

En definitiva, la militancia es una obligación ética para todos y todas. Es resistir frente al encasillamiento de la pobreza, la falta real de oportunidades y la dignidad de la clase trabajadora, lo cual no es aplicable cuando damos un like por redes sociales, servicios de caridad o tallerismos, sino que la organización territorial es un compromiso diario e ideológico con quienes sufren el yugo de la pobreza y la marginalidad social. No considerar la lucha CON niños, niñas y adolescentes como un factor importante en nuestro quehacer cotidiano es replicar la violencia que, a diario, vemos, juzgamos y rechazamos, pero, esta vez, conscientes de que quienes evaden menospreciando la versión del propio afectado, somos nosotros.

 

 

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