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La revolución de niños, niñas y adolescentes: el chispazo contra el adultocentrismo neoliberal

Por Eduardo López, Margarita Ponce.

El año 2006 marca un antes y un después en las luchas sociales en democracia. Adolescentes paralizando un país, congregando en los diferentes territorios a diversos grupos etarios con un discurso común: dignidad en la educación. En retrospectiva, la toma de los colegios municipales y particulares subvencionados logra hacer un pare en las actividades, congregando, no tan solo a dicho grupo etario, sino a todo un país. Sin embargo, para quienes participamos activamente en dicha movilización siendo adolescentes, las críticas no se hacían esperar. Desde ese entonces, la frase “no es la forma”, hace eco en cada una de las movilizaciones colectivas, sobre todo cuando existe un cuestionamiento a la movilización de las y los oprimidos.

Hoy, como un eco, resuena la lucha popular. No fuimos todos/as. Fueron las/los secundarias/os, fue la niñez y la juventud quienes se levantaron en un comienzo y decretaron el fin de la pasividad y el inicio del levantamiento social del que hoy somos parte. No obstante, resulta necesario enfatizar que quienes inician la lucha, no tan solo lo hacen por falta de miedo a las represalias legales (como se puede escuchar a coro por adultos y adultas en las calles), sino que dichos “menores de edad” radicalizaron la lucha contra todas aquellas injusticias generadas por un modelo neoliberal, el cual los niega como sujetos sociales y los violenta sistemáticamente. El adultocentrismo instalado en diversas estructuras sociales, culturales, políticas y económicas, marcando dichas desigualdades intergeneracionales, enfrenta a la niñez y a la adultez en una sociedad donde la infancia es vulnerada por el Estado bajo diversas formas de control social, como lo son el sistema educativo, SENAME, aula segura, controles de identidad y una fuerte represión a las demandas que han levantado en cuanto a sus propias reivindicaciones de autodeterminación. Por otra vereda, los niños, niñas y jóvenes, han sido testigos de la precarización de sus familias, de sus hermanas/os, padres y madres que sufren la segregación social en todos los ámbitos de la vida. Ya no se trata del alza de un pasaje, sino de una medida levantada por la élite que precariza sus vidas de forma violenta y sin tope.

Hoy, como adultos, nos enseñan a luchar, a saber que la dignidad está por sobre la “normalidad” establecida, por encima de un perpetuo estado de somnolencia impartida por élite que nos gobierna y que profundiza desigualdades sociales cada vez que puede. Es un hecho, la evasión masiva de secundarios ha tenido una función pedagógica en el derecho a la protesta y la rebelión de los pueblos que nos habían negado material y simbólicamente. Cuando las pensiones son miserables, cuando la salud es un privilegio inalcanzable, se nace determinado/a y la vida se torna violenta, inevitablemente las estructuras que sostienen estas desigualdades sobre la mayoría, terminan cayendo. Esta es la victoria que hemos logrado como mayoría oprimida, postergada por 40 años de hegemonía neoliberal en su versión dictatorial o democrática.

Hoy que el gobierno ha decretado un amenazante toque de queda y los militares se hacen presentes en las calles, se nos presenta una oportunidad histórica de acallar las voces de la hegemonía. Sin embargo, debemos fortalecer nuestras comunidades, estar atentos a la represión y generar lazos solidarios para que la resistencia pueda continuar en las calles con la misma masividad que lo hemos hecho hasta ahora. Debemos seguir aprendiendo y auto-educándonos en la desobediencia de la niñez y adolescencia, porque desde ahí se asoman otras formas colectivas de enfrentar y transformar el orden de lo viejo. En definitiva, la acción social debe ser un acto de compañerismo horizontal, sin dejar de lado las voces de quienes han sido históricamente oprimidos.

El simbolismo de “no es la forma” y su réplica discursiva constante en esta lucha, nos da cuentas de la existencia de un solo discurso hegemónico de orden y autoridad (hombre-adulto). El discurso subversivo del adolescente, niño y niña que incomoda es la voz incendiaria de búsqueda de justicia y rebelión que necesitamos.  

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